El filamento de la
bombilla se encendía y apagaba con un suave parpadeo. El director desde
bambalinas nos daba la señal para que
saliéramos a la pista. El domador de leones se sentó entre un león
albino africano y una pantera negra venida de la
India. En un alarde de valentía puso su
mano dentro de la boca de la pantera, ésta la escupió con tal asco que todo el
público exhaló un suspiro abrumador. Nadie sabía que con un régimen estricto y
un poco de psicoanálisis la pobre se había vuelto vegetariana. En el segundo acto, los payasos hicieron reír
tanto a los presentes que algunos acabaron llorando. Llegó el turno de los
acróbatas, que con sus peripecias sobre los hilos hicieron las delicias de
todos. Yo quise imitarlos y tras subirme al palo más alto se escuchó un
estruendoso golpe en el suelo y una gran mole gris se estrelló sobre la pista.