Eleonor cogió la copa de vino y
la levantó con tanta elegancia que habría enmudecido a cualquiera. El salón profusamente
iluminado reflejaba el brillo vidrioso de sus ojos, bebió
parsimoniosamente y sin más comenzó a
hablar: “Brindo por los ausentes, por los
que han llegado y los que están por llegar”. La única respuesta fue la imagen
desaliñada y agónica que le devolvió el espejo de la majestuosa estancia a
pesar de su vida prosapia.