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Tranquility

jueves, 20 de diciembre de 2012

Felices Fiestas


Gracias a todos los que habéis estado viniendo a este blog para acompañarme en cada uno de mis post.
Gracias por vuestros comentarios y por todo el cariño que me habéis dado.
Gracias por todo lo dado y por lo que me daréis en el futuro.

Por todo eso, mi deseo es que todos tengáis una:

Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo


Un abrazo grande de Paz, Amor y Luz.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Yo dubito, ¿tú dubitas?


            Me pregunto si los peces de colores saben que lo son.
Me pregunto si recortar es una palabra justa.
Me pregunto si los Miura conocen su valentía.
Me pregunto si los Mayas eran conscientes de la repercusión que tendría su calendario.
Me pregunto si algunos políticos duermen tranquilos o necesitan somníferos.
Me pregunto por qué unos días los aviones dejan estelas que tardan horas en desaparecer y otros… casi no se les ve.
Me pregunto si los muñecos de nieve saben que el sol que los hace brillar es su asesino más despiadado.
Me pregunto si nuestros hijos crecerán en igualdad sin la inquina de sus padres.
Me pregunto si la crisis es cuestión de deuda, por qué no hacemos caso a lo que Jesucristo nos enseñó “perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”.
Me pregunto si somos libres o sólo creemos serlo.
Me pregunto si la vida es bella por qué encierra tanto sufrimiento.
Me pregunto por qué algunos tienen miedo a la oscuridad si sólo es ausencia de luz.
Me pregunto si el loco vive cuerdo o el cuerdo es un loco.
Me pregunto si la vida es un suspiro, un lamento o un cuento.


viernes, 30 de noviembre de 2012

Insomnio



Todos duermen y yo, intranquilo, me levanto y voy hacia la cocina. Todo sigue en el mismo lugar que hace media hora, nada ha cambiado, la ventana entreabierta deja pasar la luz de la calle. El último vaso de leche reposa sobre el fregadero junto a los otros tres.
Sí es el cuarto vaso de leche que me he tomado, con su azúcar y un poco de ese café descafeinado de oferta del supermercado que compra mi mujer. Debería dejar de tomar tanta leche, no me sienta bien y el médico me ha dicho que no tolero la lactosa, ¿qué sabrá ese? Toda mi vida la he tomado y me ha sentado bien, desde niño con pan y sin pan, con azúcar y sin ella, con hambre y sin hambre. Lo que no me sienta bien es esta maldita vida que llevo siempre trabajando, no he tenido un solo día de descanso hasta ahora, y claro, a mis años ¿qué voy a hacer ya? “No eres necesario, vamos a prescindir de ti, es hora de viajar” Cincuenta malditos años de mi vida en el mismo sitio partiéndome el lomo por sacar la fábrica hacia delante. El nuevo director ha llegado con fuerza, es duro que te despidan, y, mucho más cuando es tu propio hijo.

viernes, 23 de noviembre de 2012

La Bailarina



El ambiente en aquel tugurio invitaba a tomar más de una copa de alcohol. Bastantes me habría tomado o incluso la botella entera de whisky de no ser porque había perdido el dinero entre tanto golpe y el trajín de recorrer inextricables callejones intentando salvar lo que me había dejado el sicario que me perseguía: mi propia vida. Me planté en mitad del local intentando encontrar la puerta de los aseos; vi salir a un hombre de detrás de una cortina que daba paso a un pasillo estrecho y deduje que al final  estarían. Me dirigí hacia allí y encontré lo que estaba buscando. Abrí el grifo no sin antes mirarme un par de veces en un espejo carcomido y enmohecido por lo años que solo Dios sabe llevaría allí colgado. La ceja derecha me sangraba, aún tenía un hilito de sangre que recorría toda mi cara aunque interrumpido a la altura de la mejilla. Me  lavé  y recompuse un poco mi aspecto. Las canillas de las piernas aún me temblaban del esfuerzo. ¡No estaba acostumbrado a correr! Me dirigí a la barra donde un camarero de aspecto lánguido servía licores entre movimientos  carentes de toda gracia, preso del aburrimiento del que lleva muchos años haciendo el mismo trabajo. Me bebí de un solo trago el whisky que le había pedido. Al principio entró abrasando la garganta y cuando sentí su calor en mi estomago ya le estaba haciendo señas para que me sirviera otro. Volví a beberlo de un sorbo. Sentí como se me aflojaban los músculos poco a poco, cómo me iba relajando y mi cuerpo iba alcanzando una liviandad extraña para mi. Esa sensación de relax la rompió una melodía monódica y una bailarina que vestía una túnica transparente  delicadamente bordada apareció en escena. La mujer era extremadamente bella y, su cabello, como las crines de un pura sangre negro hacía juego con sus ojos que te invitaban a seguir cada uno de sus gestos. La cadencia de sus movimientos era hipnótica y pronto me di cuenta de que la bailarina estaba frente a mi. El sigilo con el que se movía me embelesaba y hacía que mi sangre hirviera en mis venas. Ardía en deseos de tocarla. Me sentía mareado por momentos, un olor a marihuana llegaba a mi olfato y penetraba tan intensamente como si la estuviera fumando yo mismo. La bailarina se acercó a mí y me susurró algo al oído que no pude entender. Tenía todos mis sentidos embotados y eso no era normal; apenas había tomado dos copas. Yo soy un hombre corpulento necesito mucho más de lo que había bebido para perder la noción del tiempo como la estaba perdiendo en esos momentos. Sin embargo, algo rondaba por mi mente, ¿cómo era posible que aquella mujer se fijara en mi cuando había tantos hombres en el local? ¿Dónde la había visto yo antes? No podía recordar donde la había visto, estaba seguro de que la conocía de antes. La gente parecía no darse cuenta de todo lo que estaba sucediendo entre la ella y yo. Asistían inamovibles al espectáculo, desde el viejo que fumaba su pipa en un rincón distraído con en el humo, hasta los que estaban en las diferentes mesas. Tenía la sensación de que todo eso giraba en torno a mí, de que estaba todo preparado, una déjà vu.
Me resbalé del taburete en el que estaba sentado y al caer al suelo vi como dos hombres intentaban levantarme. Cuando desperté me encontré en una habitación toda acolchada y los dos hombres intentaban ponerme una camisa de fuerza. Una enfermera de pelo negro insistía en que me  tranquilizase.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Tiempo de Soñar




Líbame cual mariposa coloreada
entre flores escondida,
la desazón que tengo,
la amargura que me acecha
la pena que me consume
y mi vida maltrecha...

Con tinta de besos,
con letras dibujadas con caricias
en los renglones de nuestro cuerpo
con nuestros dedos hambrientos
de roces, abrazos y alientos.

Nos aislamos tras parapetos de seda
entre lienzos y maderas nobles
de camas desechas al alba.
Una brisa fresca nos acaricia,
como la mano de nuestra madre
que despacio mecía nuestra cuna.
Un rayo de sol preñado de polvo,
me devuelve tu imagen más bella que ninguna.

Y me arrojas a una espiral de otoño,
seca como las flores de los geranios de patios andaluces.
Mis brazos se extienden a modo de parra que busca el sol,
para hallar tu cuerpo, y solo encuentro mis manos vacías
aferradas a una fantasía.
Agónica me levanto, me miro al espejo
y veo mi cuerpo maltrecho, desgarrado y desolado;
e inicio un nuevo ciclo de esperanza y de vida.

Dejando mis lágrimas
rodar por mi cara,
mis manos vacías,
mi alma "partía";
y recojo los mil pedazos
de mi vida,
los jirones de mi corazón,
en silencio me encojo
y lanzo un suspiro de dolor.

martes, 6 de noviembre de 2012

El desván




Las viejas escaleras de madera llenas de carcoma crujían bajo mis pies. Cada paso era treinta centímetros de ascensión hacia lo desconocido. Nunca me atreví a subir al desván y llevaba años queriéndolo hacer. Desde niño mi padre me amenazaba con encerrarme allí cuando me portaba mal, cuando las trastadas que le hacía a mi hermano menor rayaban la perversidad, pero, acudía en mi salvación mi madre y como mucho me castigaban sin salir a la calle una semana. Ese tiempo transcurría entretenido en el salón de casa con los libros del colegio, jugando al trompo y molestando a  mi hermano cada vez que se presentaba la ocasión y mis padres no estaban presentes, claro está.
Había oído mil historias sobre lo que había allí arriba, desde las más inmundas ratas que me comerían los pies hasta murciélagos que en las noches de luna llena se convertían en vampiros y por las ventanas rotas salían en busca de su indispensable dosis de sangre. Intrigas que mi imaginación avivaba y en las noches de tormenta me impedían dormir. El corazón me palpitaba cada vez con más fuerza, el miedo era una mano que me empujaba en las dos direcciones. Avanzaba un paso y retrocedía dos, pero mi curiosidad era mayor, tanta como para sacar fuerzas de donde no las tenía y llegar hasta el último escalón.
La llave estaba colgada en un clavo al lado derecho de la puerta. Una llave muy grande, de hierro y  cuyo  óxido se pegó a mis dedos y a toda la mano. Antes de meter la llave en la cerradura miré por ella y apenas pude ver nada, una sombra tapó el agujero en ese momento. Mi reacción fue marcharme, bajar de dos en dos las escaleras, pero el miedo de la niñez no podría acobardarme ahora. La cerradura crujió dos veces, una en cada vuelta, y tras un fuerte empujón la madera  cedió dando paso a una estancia oscura y  amplia llena de muebles viejos, unos tapados con sábanas y otros por una densa capa de polvo. Las arañas deambulaban en su paraíso solo mancillado por mi presencia; las palomas que había en uno de los rincones aleteaban y daban topetazos unas con otras  más asustadas que yo. Allí no había restos de ratas ni de murciélagos ni de ningún otro animal que tanto miedo  engendró en mi niñez. Lo único que  llamó mi atención fue  una maleta de cartón piedra de color marrón que descansaba encima de una mesa esperando a que alguien la abriera. Me fui hacia ella con paso decidido, le revisé concienzudamente, la levanté y la miré por debajo, por encima, por los costados, tenía algunos roces pero nada serio. Se veía que no había viajado mucho, tal vez mi padre no la usó  por miedo a que se le deformara con la lluvia, el siempre viajaba en invierno. Recuerdo que solía hacerlo con una de piel roja, con unas hebillas y con una cerradura cuya llave se colgaba del cuello cuando salía de casa.
Abrí la maleta, en ella había recortes  de periódico amarilleados por el tiempo, cintas de radiocasete, un cortaúñas, monedas de otros países y un espejo.  Me miré largo tiempo en él buscándome.  Detrás del espejo había una nota pegada con un trozo de esparadrapo marrón que decía “Pablo, no tengas miedo a lo desconocido, ten miedo de ti mismo”  firmado: Papá.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Obsesión





Mis manías me llevaron a la consulta del psicólogo desde que era niño. La última visita fue ayer mismo, una consulta rápida en la que me mostré tal y como soy. Los diarios de hoy retratan el óbito de un hombre,  apuntaban que encima de su mesa había restos de uñas que no pertenecían al difunto. Mi madre siempre decía que morderme las uñas no me traería nada bueno. 

jueves, 25 de octubre de 2012

El Prójimo




Apareció. Sus ademanes de caballero se esfumaron al quitarse los guantes, al quitar la capa asomó su vestimenta y al poner su sombrero de copa sobre la mesa, se mostró tal y como era.

domingo, 21 de octubre de 2012

Desde que te fuiste


Languidecen las flores desde que te fuiste,
Caen mustias sobre la tierra
Lloran tu ausencia a su manera.
Inmisericordes tus palabras en tu partida
Resuenan en mis oídos
Y martillean mi conciencia.
Languidecen las flores desde que te fuiste,
Su aroma disipado ya no me inunda
Los pájaros no cantan en mis mañanas.
El eco del agua atrona mis sentidos
Dejando atrás su cadencia
Ya no es hermoso su sonido.
Languidecen las flores desde que te fuiste,
Ya no es dulce el almíbar
Y  mis poros rezuman acíbar.
Acepto que tu camino seguiste.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Primer cumpleaños de mi blog.


Hoy no traigo ninguna historia, bueno sí, la historia de este blog. Hace hoy un año en el que decidí vencer mi timidez y mi miedo y creé estas páginas en las que vierto con cierta asiduidad -cuando el tiempo me deja, o creo que algo merece la pena ser compartido- lo que sale de lo más profundo de mi ser. Ha sido un año que ha pasado muy rápido, en el que me habéis venido a visitar muchos y me habéis dejado un "cachito" de cada uno en forma de comentario. Un año de interacción entre bloggers que ha sido muy interesante y fructífero para mí.  Gracias a este blog he conocido virtualmente a personas que de otro modo jamás lo hubiera hecho, con rincones llenos de verdadera literatura y verdaderos sentimientos; ventanas al mundo donde he encontrado aquello que me faltaba en un momento u otro.
Cuando subí el blog a la red, pensé que nadie lo leería y me he sorprendido gratamente al encontrar las múltiples visitas y los seguidores. Con vuestros comentarios me animáis a seguir en este mundillo en el que es difícil publicar algo en papel y gracias a los blogs podémos sentir el sueño de ser escritores o de al menos aparentarlo. Si un escritor escribe para que lo lean, yo veo colmado con este blog mis deseos.

Gracias a todos por venir hasta aquí y dejar vuestro comentario y si alguna vez alguien tiene que decir "no me gusta" que se sienta libre para hacerlo puesto que en este blog no hay censura.

Un abrazo grande,

Eva.

viernes, 12 de octubre de 2012

El Corral de Concejo

   Braulio cerró la ventana de su habitación de un golpe seco, estaba desvencijada, y a veces se atascaba. Hasta ese momento el olor que se percibía dentro de ella era a limpio, al fresco de las últimas noches de primavera y la brisilla que penetraba dentro de ella llevaba los aromas de azahar de los naranjos del patio y de un inmenso galán de noche. Afuera el croar de las ranas de la alberca grande era el único ruido que se podía percibir. En el silencio los cánticos amorosos de los batracios eran el coro de fondo con el que los vecinos se dormían cada noche.
   Se quitó la ropa y la dejó caer encima de una vieja silla de anea que junto a un catre y una cómoda era todo el mobiliario de la pequeña habitación donde dormía. Una foto de Emilia, su esposa, junto con un florero con una rosa eran todos los adornos que había en ese humilde cuarto.
   Después de mirar largamente la cara de ángel que tenía su mujer en aquella foto color sepia carcomida por la vida misma se metió en la cama, no sin antes acomodar la borra de la que estaba rellena el colchón. Se hizo un hueco en el centro donde se arrellanó placidamente.
   Para ese entonces el olor a alcohol mezclado con el de los animales que él cuidada a diario en El Corral de Concejo, inundaba ya toda la habitación haciéndola irrespirable para cualquier persona del común de los mortales. Las paredes encaladas y desconchadas, llenas de humedad por el techo, pedían a gritos una limpieza. Pero el pobre Braulio vivía solo. Su mujer hacía años que había fallecido y sus dos hijos marcharon a hacer las Américas. En el pueblo la única prosperidad que había pasaba por las manos del señor que más tierra tenía, el cuál se servía de eso y su caciquismo era total. Hasta el punto de llegar a exigir en prenda a la mujer de algún jornalero, si la moza estaba de buen ver, a cambio de unas peonadas en sus campos.
   La vida para Braulio desde que aceptó de manos del cacique, el puesto de guarda del Corral era cada día igual. Al primer canto de los gallos estaba levantado y tras lavarse la cara en una palangana y vestirse, se peinaba frente a un pequeño espejo enmohecido por los bordes y que apenas le dejaba ver su cara curtida por los años al sol del campo. Se afeitaba con una navaja y mientras se decía para sí mismo “Ay Braulio, que pocas mañanas te quedan ya… cualquier día de estos amaneces más tieso que el cordobán…” Cada arruga tenía un significado y cada marca un recuerdo especial, como la que le partía la ceja derecha de sus tiempos de milicia en la Guerra de África. En ella se tiró los siete años que duró su servicio militar.
   Después de un café de cebada con leche y sopas de pan se marchaba al Corral donde estaba todo el día al cuidado de los animales que allí estaban porque sus dueños no tenían espacio en la casa y de otros que se escapaban de las fincas y acababan perdiéndose y los llevaban allí puesto que ese sitio era un Corral comunal.
   Cada mañana sin falta pasaban por la calle en dirección al colegio un grupo de niños. Braulio se asomaba por un pequeño ventanuco y les sonreía mientras pensaba “Pobres niños, ¿qué tendrán que hacer esas manecitas para vivir cuando sean mayores?”. Los niños ufanos a todo iban cantando una cancioncilla:
              “Pasaron mil días en el calendario, y un día en  un yate llegó un millonario”.

   -¡Buenos días chiquillos! Cada día cantáis algo nuevo- les dijo sonriendo.
   -¡Buenos días Braulio! ¿Podemos asomarnos a ver a los animales?-le dijo Tomas el hijo de la lavandera.
   -Pero “tomasín” que vas a ir oliendo a cabras al colegio y la maestra doña Pura es muy tiquismiquis.
   -Anda Braulio, ¡Por favor, déjanos entrar!- insistió Tomás.
   Braulio que a pesar de parecer un hombre tosco y huraño, con los niños se le hacía el corazón añicos y les dejó entrar a todos: Tomás el primero, por supuesto; la pequeña Amalia y su primo José, el hijo del practicante del pueblo. La única que no entró fue Marta Pérez que se quedó en la puerta con cara de asco, y dándole tirones de la mano a una muchacha de unos dieciséis años, tan linda como tímida,  que según habían comentado en el pueblo, había venido de una pedanía cercana para ser dama de compañía de la niña que era hija única.
   -¡Vamos niños! Que me alborotáis el corral con lo tranquilo que está hoy. Además la señora doña Pura se va a enfadar con vosotros y de paso conmigo.
   Todos salieron corriendo, limpiándose los unos a los otros las telarañas del corral y entre sonrisas y gritos Braulio vio como trasponían la calle y él se metió de nuevo. Dentro de él sabía como iría el día y como acabaría, lo mismo de siempre: el trabajo, esperar carta de los hijos, y al atardecer ir a matar su soledad con unos tragos de aguardiente a la taberna del Tirso.

domingo, 7 de octubre de 2012

Flor Seca II


Son ya las dos de la tarde, hoy he caminado demasiado, estoy sudoroso. Mis padres me deben de estar ya esperando para comer, a mis casi cuarenta años aún vivo con ellos. Encima por ahí viene Laura. Mejor me hago el loco, siempre he sido distraído y ella lo sabe. ¡Con la de tiempo que hace no nos vemos y me toca hoy con esta pinta! Seguro que va a recoger a su hija al autobús escolar. Es un preciosidad, ¡claro se parece a ella de pequeña!
Lo mismo no me reconoce, he adelgazado bastante. Me estoy acercando, mejor miro al suelo. Intuyo que me mira puedo sentir sus ojos en mí.

jueves, 4 de octubre de 2012

Flor seca I



Él caminaba hacia mí con los ojos fijos en el suelo. Nos acercábamos cada vez más. Hacía mucho tiempo que no nos encontrábamos a pesar de vivir en el mismo pueblo. Sin duda los años habían hecho mella en nuestros cuerpos. Yo ya no era la chica grácil de la infancia; que me subía en todos los sitios siguiendo a los niños cuando se perdía el balón. Él tampoco lo era.
Dentro de mis pensamientos me asaltaban todo tipo de preguntas acerca de cómo le iba la vida. Cada vez  aligeraba más su paso y miraba la acera como quien va sorteando charcos en un día lluvioso. Hacía un sol radiante que casi cegaba la visión si mirabas los reflejos de sus rayos.
Nos cruzamos, codo con codo, yo lo miré pero él seguía absorto en su mundo. Creo que ni siquiera me vio…
Atrás quedaron años de amistad, de juegos infantiles, de chucherías los sábados después de la misa, de risas y fiestas de juventud. Sentí que de mis manos se escapaba la tierra seca de una planta que llevaba mucho tiempo sin regarse, abandonada en un pequeño jardín.
 La desazón que sentí, me hizo volver la cabeza para llamar su atención, pero él ya había desaparecido.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Compraventa


Las  luces de neón destacaban en la fachada de un edificio viejo en mitad de un callejón adyacente a la calle principal de la parte antigua de la ciudad. Mis pasos, uno tras otro, me llevaron de forma impulsiva a tocar en la aldaba del portón de madera corroída que franqueaba la entrada cerrada a cal y canto. Algo extraño había en ese lugar; las luces, más propias de un boulevard que de una calle como esta perdida en el tiempo mismo, y, el llamador excesivamente nuevo  para una puerta que difícilmente se mantenía de pie.
Los neones dibujaban la siguiente frase “Se compra todo tipo de objetos, grandes beneficios” No lo pensé demasiado y me acerque hasta la puerta, dí tres golpes y, en la quietud del silencio sonaron como tres truenos. Apareció un hombre enjuto que me invito a pasar con un ademán y sin mover apenas el rictus facial.
-Traigo unos cuantas cosas que lo mismo les podría interesar- le espeté sin más preámbulos, la tarde anterior había afanado algunas cosillas de valor y para poder pillar la pasta necesitaba venderlas.
Me hizo que me sentara en una habitación lúgubre y me dijo que esperase que en poco tiempo sería atendido por el jefe en persona. Los minutos me parecieron horas en aquella habitación mohosa y fría, de repente una puerta se abrió y un hombre gordo lustroso y bien vestido se dirigió hacia mí: “Sígame” sonó tan ronco como un trueno. Me levanté y lo seguí, entramos a un despacho lujosamente amueblado que nada tenía que ver con el resto del edificio, más bien parecía que se trataba de una broma pues, era como si se pasara de la más absoluta pobreza a la abundancia suprema.
La negociación fue intensa, pero al final conseguí algo inesperado incluso para mí, un tipo sin muchos escrúpulos y que ha vivido su vida sin importarle mucho la de los demás. Le despaché todo y conseguí un gran beneficio. Por vender, le vendí  mi cuerpo porque mi alma no la quiso, era demasiado negra incluso para el propio diablo.

martes, 25 de septiembre de 2012

El vecino



Todos los días salía a la misma hora por el portal del edificio donde vivía. El rictus congelado de su rostro era el saludo matutino para todos los que se cruzaban con él.
Imponía, y mucho, tanto que los niños nos pasábamos  a la otra acera por miedo a que nos dijera alguna palabra para engatusarnos y sacarnos las tripas como las abuelas nos decían machaconamente cada día. Le seguí, las carnes me temblaban pero tenía que ver dónde iba cada día. Esa incertidumbre se había apoderado de mí y anulaba mi miedo fortaleciéndome. Cruzamos varias calles y al final entró en un soportal con un letrero que decía: “Escuela de sordomudos”.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Soledades




Eleonor cogió la copa de vino y la levantó con tanta elegancia que habría enmudecido a cualquiera. El salón profusamente iluminado reflejaba el brillo vidrioso de sus ojos, bebió parsimoniosamente  y sin más comenzó a hablar: “Brindo por los ausentes, por  los que han llegado y los que están por llegar”. La única respuesta fue la imagen desaliñada y agónica que le devolvió el espejo de la majestuosa estancia a pesar de su vida prosapia.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Chivo expiatorio



Ella iba caminando con el semblante demudado y el miedo aún entre las piernas, con pasos macilentos por el puente en dirección a su inmolación. Todos la mirábamos creyendo que con ella se esfumarían todos nuestros pecados y vilezas, pero no, ninguno nos dimos cuenta de que ella había dejado su maleta en el lado nuestro del camino.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Otra Vuelta de Tuerca



Septiembre es un mes de comienzos y de dejar atrás algunas cosas que nos han llenado todo el verano, al menos aquí en el hemisferio Norte donde reposan mis pies.  Los colegios se vuelven a llenar de niños rezongones que no quieren madrugar para ir, ni dejar atrás todas las prebendas de las que han disfrutado en el periodo estival, y es que, a nadie le gusta volver a la rutina.
 Hemos de engrasar de nuevo el eje de la rueda interna que nos mueve y decir adiós a la toalla, la playa, la arena  el chiringuito y la fiesta. Atrás quedan las quemaduras, los protectores solares, la arena que se mete en sitios insospechados, las largas siestas en esas tardes tórridas que en el sur son interminables y en las que salir a la calle  con el calor asfixiante es un acto de valentía.  En las que un buen libro se convierte a veces en un arma de doble filo porque en más de una ocasión nos adormece muy a nuestro pesar, y descansa sobre nuestro pecho a la par que lo hacemos nosotros  dormido soñando con incontables lectores.
 Septiembre es la antesala del otoño, de los días más cortos y las noches más largas. Es reencontrarse con los viejos proyectos, reconvertidos en sueños nuevos. Es la paleta de colores en la que se refleja el final de cada ciclo con sus verdes desteñidos en mil tonos hasta llegar al amarillo dorado. Es una vuelta de tuerca, de ciclo, de vida, es el principio de un nuevo año al menos para mí,  por que hoy, hoy es mi cumpleaños.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Final





Viví a la deriva
Como un barco sin puerto
Oteé el horizonte
Sin llegar a encontrarlo.
Libré mil batallas
Para vencer mi tristeza
Con gentes sin rostro
Sin llegar a ser una proeza.
Paré mis pies
Y se detuvo el tiempo
Cerré mis ojos
Y agonizaron mis sueños.

viernes, 31 de agosto de 2012

Trío





Llegaste a la hora prevista, cuando el sol anaranjado daba paso a una noche en ciernes que prometía ser intensa. Apenas habías cambiado nada desde la última vez que nos vimos. Los mismos ojos, el mismo pelo (cuántas veces soñé con tocar tu pelo), tu cuerpo no denotaba tu reciente maternidad. Por delante teníamos tres semanas de vacaciones en las que hacer todo eso que añoraba: un simple paseo, ir a la playa y por qué no salir a cenar. Sólo por eso merecía la pena haberme casado con tu madre.

jueves, 23 de agosto de 2012

A los desaparecidos.




Una voz se escucha,
"Que olvide el que quiera"...
Yo desde este lugar,
no sé si reír o llorar.
No puedo sentir ni oír
pero siento y oigo,
debajo de la cal sepultado.

En parajes donde ahora nacen flores,
alegres campanillas, rosas de pitiminí,
amapolas o girasoles.
Umbrías de barrancos donde las zarzas
se enredan unas con otras,
como nuestras manos, y nuestra sangre
derramada, mezclada y olvidada.

Dichosos los lugares donde
sobre nuestros cuerpos
cubiertos por tierra fecunda,
se levantan estatuas sin rostro,
monolitos que nos recuerdan.
Donde los olivos de las ánimas,
crecen y sus ramas lánguidas
nos lloran.

Ahora hemos vuelto,
encontrados todos al fin podremos disfrutar,
de una puesta de sol,
de una lluvia fina,
del llanto de nuestros nietos,
del amor que no vivimos...
De un paisaje hermoso y no agreste
como es éste donde nos hayamos.

domingo, 19 de agosto de 2012

Cita en el parque


Salí de casa a la hora acostumbrada. Me aseguré de que llevaba todo lo imprescindible en mi bolso: las llaves, el monedero, el móvil y sobretodo la foto de la persona con la que me iba a encontrar en el parque. Era un poco tarde, la noche ya había hecho presencia en las calles. Me arreglé ligeramente mi abrigo, coloqué mi pelo y en un escaparate comprobé que mi vestuario estaba espléndido. Después de todo aún soy una mujer hermosa, no tengo de qué quejarme, algunas de mis amigas han envejecido bastante peor que yo. Tal vez demasiado solitaria, pero de vez en cuando busco la compañía de alguien con quien robar el tiempo a mi reloj. Un ligero escalofrío recorrió mi cuerpo, y los nervios se alojaron en mi estomago; una arcada ácida subió hasta mi boca. Lo había hecho otras veces, esta no era la primera vez que me citaba con alguien a estas horas. Debería de esta acostumbrada ya a esta sensación.
Ahí está al lado del árbol de Judas, siempre quedo al lado de esta planta así no hay pérdida, me aseguro de que todos conozcan ese lugar del parque antes del encuentro. Es más privado, menos transitado… Impecablemente vestido (igual que en la foto) con una gabardina negra oculta su rostro con un sombrero de ala también de color negro. Me voy acercando, paso a paso, miro en todas las direcciones, nadie me está siguiendo. Por fin, por fin lo voy a ver, lo que tanto he deseado al fin será mío.
-Señora, aquí tiene las fotos de su marido con su amante un par de horas antes del crimen- dijo metiendo su mano derecha en el bolsillo interno de su gabardina.
Ahora tenía a mi marido en mis manos…

martes, 14 de agosto de 2012

La Mentira






 Angélica cogió una copa de vino, y la miró detenidamente. Trataba de buscar en ella algo que la reviviera en ese instante. No había nada que la hiciera reaccionar, se sentía perdida. Una mentira piadosa había sido la culpable de todo lo que le estaba pasando ese día. Por mucho que ella le había dicho, no era suficiente para que Alberto la perdonase. Ya no confiaba en ella. Se había roto la magia; ese hilo invisible que los unía, y que por muchas vueltas que diera la vida, por muchos nudos que se le hicieran jamás se partiría. Cerró los ojos, como queriendo borrar todo lo que vivió, la imagen de Alberto enfadado, gritando mientras cogía sus cosas. Aún resonaba en sus oídos el golpe de la puerta cuando éste salió de casa.
   Ella seguía mirando la copa de vino tinto, rojo como la sangre. La suya le hervía en las venas después de toda la ofuscación. En el otro lado de la mesa estaba la copa de Alberto, sola en una esquina al lado de la botella. Una  botella de vino tinto, que pretendía ser el elixir de una noche de amor, una noche que la desventura tornó en desidia. Alberto se sintió engañado, ninguneado cómo si Angélica hubiera estado jugando a dobles con él y con su ex pareja.
  Cogió la copa de vino, y después de secarse las lágrimas, la llevó a sus labios y bebió. Luego, levantó la copa y la miró para ver los destellos granates, olió el aroma intenso afrutado y con un toque de vainilla. Volvió a beber, era fresco, ligero y con la acidez justa. Se sintió aliviada, al menos sus nervios se relajaron un poco; el vino le ayudó a aguantar el envite del llanto. Se dejó caer en el sillón, en silencio, con la mirada perdida en ninguna parte. Sus pensamientos alborotados, como también lo estaba el salón. Por más que se preguntaba a sí misma, no entendía cómo había acabado la noche así. Cada uno por un lado y la mesa puesta con las copas de vino que eran los únicos testigos de lo que allí había pasado. Dos copas tulipas, que parecían que se reían burlonas de toda la escena. Nunca imaginó que acabaran las cosas así, era la única persona que de verdad le había interesado en la vida. La única que le había enseñado lo que significaba que la quisieran. El único hombre con él que la palabra amor tenía significado. Por no hacerle daño, retrasó contarle una cosa, y fue su perdición, el creía que otras veces también le había mentido.  El llanto acampó de nuevo por el rostro de Angélica, entre suspiros y sollozos se quedó dormida con las primeras auras del día.
   La cerradura de la puerta crujió con el giro de la llave desde el exterior. Alberto llegó a la casa y se encontró todo tal y como la noche anterior se había quedado. Lo único diferente era la botella de vino ya vacía, tirada en el suelo junto al sillón donde dormía Angélica. Su copa de vino, estaba intacta en el mismo sitio donde la puso la noche pasada. Corrió las cortinas y se sentó en el sillón situado al lado del que ocupaba Angélica. En silencio esperó que ella se despertara, sin decir ni una palabra. Un mal entendido no podía acabar con cuatro años de amor, él no la quería perder.
  Los rayos del sol entraban por la ventana, acariciaban la cara de Angélica haciéndola si cabe más hermosa a los ojos de él. Despertó y lo vio sentado en frente de ella, no supo qué decir. Alberto se levantó y la cogió por sorpresa de la cara, y la besó en los labios y luego en la frente.

sábado, 11 de agosto de 2012

Sirenas





Apuraba la colilla del cigarro y la última calada le llego hasta lo más profundo de sus pulmones. Una tos fuerte le sobrevino y en apenas unos segundos sintió que se iba de este mundo. La saliva le cortaba el transito del aire hacia sus pulmones encharcando su boca y provocándole que su cuerpo se doblara buscando la postura en la que poder escupir y salir de ese túnel de muerte en el que se había metido. El médico le tenía prohibido fumar, además de otras cosas, pero poco le importaba ya; el forcejeo había acabado con su mejor amigo y las sirenas de la policía se escuchaban en la calle.

domingo, 5 de agosto de 2012

El transeúnte



 Era realmente un muchacho extraño, caminaba ensimismado por entre la gente. Daba lo mismo que fuese verano o invierno él siempre vestía la misma chaqueta de cuadros escoceses y unas botas militares. Su pelo, largo y con una cola hecha de innumerables rastas, tenía un color mugriento. No debía tener más de treinta años pero parecía tener toda su vida vivida. Su cara de bobalicón daba pena a quiénes lo observábamos y cuando te miraba te hacía sentir un escalofrío que te recorría todo el cuerpo. Un día me atreví a seguirlo. Aparqué mi coche junto a un banco del paseo por el que él caminaba. Dejé varios metros de distancia entre él y yo, aunque si hubiese ido pegada a sus hombros estoy segura de que ni siquiera habría sido consciente de mi presencia. En el fondo me daba un poco de miedo pero la curiosidad era más pertinaz que mi desconfianza.
Caminaba por entre callejones estrechos impregnados de aromas entreverados de azúcares y fritangas de las cocinas. Aligeró el paso y con las manos en los bolsillos parecía que más que caminar interpretaba una marcha militar. Yo comencé  a sentir que mi corazón se agitaba, mi paso en un principio suave, se tornaba casi en una pequeña carrera para no perderlo entre la gente que a duras penas transitaba por entre las aceras y las bicicletas. Podía haberme dado la vuelta en cualquier momento, ¿qué necesidad tenía yo?, ¿a mí qué me importaba donde iba ese chico? Pero algo me decía que tenía que seguir hasta el final. 
El chico giró hacia la izquierda y empujó una pesada puerta de madera adornada con herrajes enmohecidos y desconchados. La puerta crujió e hizo un esfuerzo con las dos manos para abrirla. El edificio era antiguo, tal vez del siglo pasado, varios ventanales vertían sus ojos a la calle. El tejado de un momento a otro parecía que se iba a venir a tierra. La puerta se quedó entreabierta invitando a entrar a un patio silencioso donde la luz penetraba tenuemente a primeras horas de la mañana y poco a poco se iba reflejando en los charcos acharolados del suelo provenientes del agua de haber regado las macetas. Colgaban de las paredes multitud de plantas de todos los colores: geranios, tulipanes, margaritas, pensamientos, dalias  y una madreselva preñada de flores trepaba por entre los barrotes de las ventanas y cubría la cal envejecida de la casa. El mundano ruido del exterior se había disipado en apenas unos segundos. Era una paz inmensa la que se sentía en ese lugar. Una pequeña puerta en uno de los laterales del patio era la única salida. Intenté llamar a aquel muchacho. Desapareció.  Aún guardo la sensación de paz que sentí en aquel repentino jardín en medio de tanto ruido.

viernes, 27 de julio de 2012

Amor persistente


Atardecía. Las primeras sombras de la noche dejaban entrever los cuerpos a través de  las ventanas que tenían las luces encendidas del edificio. Se levantó un suave viento que acariciaba mi cara y mecía las hojas de los árboles del parque en el que estaba sentado esperándola. Había soñado tantas veces con encontrarme con ella ahí, cara a cara, a la salida del colegio. Me arreglé mi chaqueta, la sacudí concienzudamente para eliminar la más mínima partícula que pudiera entorpecer el encuentro. Movía mi cabeza en todas las direcciones, y nadie aparecía. Bueno, sí, pero eran personas anónimas que nada me decían, solo caras levantadas al frente con un caminar casi mecánico que los llevaban de un lado de la ciudad hasta otro. Abuelos con sus nietos, que  cuidaban mientras sus padres atesoraban bienes con los que subsistir por medio del trabajo, pues riquezas pocas... Jubilados que jugaban a la petanca, perros ansiosos del espacio cercenado por sus dueños en minúsculos pisos, madres con sus hijos, corrillos de abuelas que contaban chascarrillos de tiempos pasados y sus risas, que se escuchaban desde donde yo estaba, y que alguna vez arrancaron la mía
Era a la vez una mezcla de ruido y silencio, yo permanecía sentado con todos mis sentidos alerta para ver si pasabas por delante de mis ojos que te buscaban con toda la ansiedad que podía. Día tras día, estaba ahí sentado con la única ilusión de verte. “Tal vez se acuerde aún de mí” pensaba dentro de lo más profundo de mi ser, al fin y al cabo fuimos compañeros de clase durante muchos años; aún recuerdo el olor que desprendías al pasar delante de todos los niños, lavanda. ¿Seguirás oliendo a lavanda?
Se abrieron las puertas del colegio, salieron los niños en desbandada, como siempre. La algarabía que formaban me transportó a nuestros años de inocencia plena. Me puse mis gafas, para poder verte. Mis ojos ya no son lo que eran, apenas sí distingo una “Be” grande de una “uve” chica.
Ahí estabas tú, en la puerta de madera que tantas veces habíamos cruzado juntos, que nos aislaba del mundo para enseñarnos lo que era el mundo... y cómo sobrevivir en él.
Han pasado los años, te sigo viendo hermosa, ya no luces la lozanía de antaño. Pero mis ojos entristecidos y achicados por los años siguen viendo a esa niña saltarina, rubia, con trenzas atadas con lazos de múltiples colores, que se sonrojaba con una miraba, y que me regalaba un dulce e inocente beso en la mejilla cuando le ofrecía una chocolatina. La vida nos llevo por diferentes caminos, a mí por el lado  equivocado y a ti por las manos de  Dios.
Cada día vendré mientras me queden fuerzas a ver cómo te despides de los niños del colegio e imaginaré que esas sonrisas son para mí, y esos besos que lanzas con tus débiles manos también son míos. Me sentaré en este banco con la esperanza de que alguno de estos días te fijes en este viejo, aunque mi cara ajada por los años no te devolverá la imagen que tenía el día en que nos dimos nuestro único beso.

domingo, 15 de julio de 2012

Realidad poliédrica




La altivez con la que me miraba Marta cuando éramos niños siempre hirió mi amor propio. Cada vez que acompañaba a mi madre a casa de los Sres. Pérez cuando les llevaba la cesta con la ropa planchada y algunas cosas que ella les cosía; percibía un escalofrío que me recorría todo el cuerpo con la mirada de esa niña insidiosa que me hacía sentir inferior. Ella se pavoneaba con sus vestidos de niña rica llenos de lazos y volantes; mientras esperábamos que el ama de llaves  nos diese el siguiente encargo semanal.
    Yo, que no me he arrugado nunca ante nada y menos delante de una mujer; me crecía dentro de mis ropas desgastadas y modestas, mirándola por el rabillo del ojo y le hacía burlas mientras ella se encaprichaba por algo que su niñera al instante debía de darle; una mujer joven de aspecto mustio que apenas hablaba con nadie -no sé si por timidez o debido a su juventud, apenas tendría cinco o seis años más que Marta-.
    Han pasado los años, y aún sigo sintiendo cuando me cruzo con Marta esa sensación de inferioridad al dedicarme ella una de sus miradas de arriba abajo. A veces me da la sensación de que ella quiere hablarme, sin embargo, yo levanto mi cabeza con altivez y lo único que hago es un leve gesto con las cejas a modo de saludo; pues gracias a los esfuerzos de mi madre conseguí con los años no ser solo “Tomasito” el hijo de la planchadora, sino don Tomás el maestro del pueblo.
    Cada día cuando acaban las clases, ella viene a recoger a su hijo al colegio conduciendo su coche sin su chofer; me parece extraño pues bien podría venir  Amparo, “la mudita” -conocida así en el pueblo porque con solo mirar a los ojos a su pequeña Marta sabía perfectamente lo que quería, y nunca hablaba de lo que pasaba en casa de sus patronos- que al pasar de los años, se convirtió en una  buena moza pero que no consiguió novio y aún sigue en la casona familiar.
    Yo la observo desde lejos tras los cristales de mi aula. No quiero reconocerlo, pero creo que he estado enamorado de ella desde que era un crío; por eso prefería acompañar a mi madre cuando iba a su casa en vez de quedarme con los demás chiquillos jugando en la calle, a sabiendas del mal rato que pasaría.  Me doy cuenta que he vivido toda mi vida en una mentira, obcecado en esa imagen de mi infancia que me ha llevado a querer obviar a todas las mujeres que se me han acercado y que no han sido pocas. En todas encontraba algún inconveniente, vivían lejos, no querían vivir en un pueblecito  o simplemente eran insulsas. Mi madre siempre me decía: “Tomas, hijo mío, ¿Cuándo te vas a buscar una novia con la que formar una familia?” y mi única respuesta era “un día de estos madre”, y agarraba mi viejo portafolios de piel y salía de la casa con una sonrisa en la boca y un beso al aire para mi madre.  También he aguantado murmuraciones acerca de mi hombría por seguir soltero a mis años. Tengo el arquetipo de Marta en mi mente y sin darme cuenta he ido fijándome en ella y construyéndome mi propia realidad poliédrica, y en cada cara una visión diferente de la vida.
    Después de tanto tiempo aún no ha perdido ese porte que tenía de niña, su petulancia se ha visto mermada por las circunstancias que la rodean. El exquisito marido que le buscó su padre, se ha encargado de dilapidar la fortuna de la familia en negocios turbios y en casas de mala reputación. No es que me alegre de eso, al contrario; parecía un corderito manso el día de la boda y mientras todos les mirábamos, él preso del nerviosismo propio del acontecimiento y de verse en un pueblo que no era el suyo, no hacía nada más que tirarse de su pulcro chaqué. Ella, ufana e inocente de lo que se le venía encima, sonreía a todos los que  mirábamos pasar el cortejo por la arteria principal  del pueblo en dirección a la iglesia. Entre ellos yo, que veía como  ella se alejaba cada vez más de mí de lo que toda la vida lo había estado, si es que en algún momento  estuvo a mi lado.
    Muchas veces Marta venía al colegio con gafas de sol, a pesar de ser un día lluvioso, unas enormes gafas que ocultaban su rostro que se iba ajando con los años y se veía deslucida a pesar de ser una mujer todavía joven. Cuando llegaba la primavera y las demás madres acortaban las mangas de sus ropas y la tela de sus faldas, ella seguía tapada hasta los puños y los pies. El rictus de su cara siempre era el mismo, solo le salía una sonrisa franca cuando abrazaba a su hijo en las puertas de la escuela. Ahí sí que se le veía feliz. Era como si el mundo entero se iluminara y no existiera nadie nada más que ella y su pequeño Nicolás.
    Hoy no ha venido el niño al colegio, algo extraño ha debido de ocurrir, pues es un niño con una salud de hierro. Hoy me quedaré sin verla aunque sea de lejos. Cogeré mis cosas y me marcharé a casa pues mi madre, anciana ya, debe de estar poniendo la mesa y hasta que yo no llego ella tampoco almuerza.
   -¿Sabes lo que ha pasado hijo? Una desgracia, hijo, una desgracia. Anoche, al marido de la señora Marta Pérez, de mi “Martita” que la he visto crecer desde pequeña…
   -¿Anoche qué mamá, anoche qué?- la curiosidad me comía por dentro, sentí que algo malo había ocurrido.
   -Pues eso, que anoche en uno de esos sitios a los que va se ve que estaba más bebido de lo normal y en una pelea y tras apostarse todo al póker,  cayó al suelo y se golpeó la cabeza
   - ¿Y qué pasó?- le espeté a mi madre casi gritándole.
   -Pues que se dio un mal golpe y que lo han llevado muerto a su casa.       
    Salí corriendo sin comer y tirando el portafolio al suelo. Mi único interés era llegar a la casa de Marta, sabía que mi presencia de nada serviría pero había algo que me empujaba a ir.
La viuda estaba compungida al lado del ataúd de su esposo, vestida de negro riguroso con medias y pañuelo negro a pesar de alcanzar en el patio de la casa los treinta grados a la sombra de aquel mes de mayo que se presentaba más caluroso de lo habitual, y secaba sus lágrimas con tanto entusiasmo que no dejaban de mirarla los allí presentes uniéndose en su dolor.
Me quedé parado, viendo toda la escena, no podía acercarme a ella, había demasiada gente a su alrededor. No era el momento. Tal vez al día siguiente, en el cementerio podría darle mis condolencias.
Una vez el cuerpo del difunto fue sepultado y todos se iban marchando del cementerio. Ella permanecía allí, en frente de la tumba, con su inseparable niñera. No dejaba de llorar, pero en sus ojos se percibía un brillo diferente. Yo esperaba el momento de acercarme para darle mis condolencias; cuando antes de poner mi mano sobre su hombro pude escuchar lo que le decía “la mudita”
-No llores más mi niña, que no lo merece, ¿no te acuerdas de cuando te daba los correazos?
Se me cayó el mundo entero a los pies y sin decir nada salí de aquél cementerio.

jueves, 12 de julio de 2012

Insomnio





Todos duermen y yo, intranquilo, me levanto y voy hacia la cocina. Todo sigue en el mismo lugar que hace media hora, nada ha cambiado, la ventana entreabierta deja pasar la luz de la calle. El último vaso de leche reposa sobre el fregadero junto a los otros tres.
Sí es el cuarto vaso de leche que me he tomado, con su azúcar y un poco de ese café descafeinado de oferta del supermercado que compra mi mujer. Debería dejar de tomar tanta leche, no me sienta bien y el médico me ha dicho que no tolero la lactosa, ¿qué sabrá ese? Toda mi vida la he tomado y me ha sentado bien, desde niño con pan y sin pan, con azúcar y sin ella, con hambre y sin hambre. Lo que no me sienta bien es esta maldita vida que llevo siempre trabajando, no he tenido un solo día de descanso hasta ahora, y claro, a mis años ¿qué voy a hacer ya? “No eres necesario, vamos a prescindir de ti, es hora de viajar” Cincuenta malditos años de mi vida en el mismo sitio partiéndome el lomo por sacar la fábrica hacia delante. El nuevo director ha llegado con fuerza, es duro que te despidan, y, mucho más cuando es tu propio hijo.

jueves, 5 de julio de 2012

Si tuviese alas como Ícaro





El siguiente relato  fue merecedor de un tercer puesto en el I Certamen de Relato corto Memorial "Conrada Muñoz" del año 2010.


La mañana del sábado había amanecido fresca y Agustín Torres, seminarista en su último año, había decidido que ese fin de semana no iría a visitar a sus padres al pueblo. Quería ir a la prisión y estar al lado de quiénes necesitaban apoyo espiritual o de los que no tenían visitas de familiares. Casi siempre había ido a los hospitales, comedores sociales, residencias de ancianos, centros de rehabilitación para drogodependientes a llevar la palabra de Dios; un poco de compañía y cariño a quiénes lo necesitaban. A veces el dar cariño a una persona es el mejor de los regalos. Ratos de conversación para aquellos que están excluidos, gentes que porque estamos acostumbrados a ver en la calle como parte del mobiliario urbano ya no miramos; pero nunca  había entrado a un Centro Penitenciario.
El capellán del la prisión le había incluido en la lista que pasaba al Director para que autorizasen su entrada, y en concreto le había hablado de Pedro Salgado, un hombre cercano a los cuarenta y cuyo destino era de cabo de limpieza en el modulo seis.
Agustín después de desayunar con todos los que como él se habían quedado en el  seminario, se preparó meticulosamente su mochila donde llevaba su Biblia y sus objetos personales. Se volvió a peinar frente a un espejo que le devolvía una imagen temblorosa y ajada por sus años, y tras poner cada pelo en su sitio, salió directo al garaje donde aparcaba su coche. Tenía las manos sudorosas a pesar de que no hacía calor, arrancó el vehículo y se dirigió hacía la calle.
El trayecto se le hizo corto, eran las diez de la mañana,  aparcó en la entrada del Centro y se fue directo a los Accesos, donde le entregó al funcionario que prestaba su servicio en ese momento su documentación y éste le dio una tarjeta que colgó de la solapa de su chaqueta. Tras pasar la puerta giratoria y volver a ser identificado, se le retuvo su DNI.
Y  le dieron paso al modulo que iba a visitar. El funcionario de ese módulo le indicó que  el interno, Pedro Martínez, estaba en la Sala de día, y le señalo con el dedo a un hombre de aspecto taciturno que se hallaba sentado en una silla leyendo un libro y de vez en cuando levantaba los ojos sin mirar a ningún lado en concreto.
Agustín se dirigió hacia él con su Biblia en la mano,  con paso firme y decidido se sentó sin decir nada. Ambos hombres se miraron fijamente a los ojos y sus bocas no sabían qué palabras pronunciar.
-¡Hola! ¿Te importa que me siente aquí?-balbució Agustín.
-No padre, no se preocupe, no me importa puede usted sentarse donde quiera.
-No soy sacerdote todavía, me puedes llamar Agustín. He venido a verte expresamente a ti, el capellán del Centro me ha dicho que no tienes muchas visitas.
-Así es…no le ha mentido-contestó desafiante mientras cerraba el libro lentamente.
-¿Puedo preguntarte por qué estás aquí?-dijo Agustín, aún a sabiendas que estaba por una condena de tráfico de drogas.
-Sí, por traficar. Aunque no lo soy, me lo ofrecieron y como no tengo nada que perder…lo hice- respondió altivo.
-¿Esa chica del tatuaje es tu esposa?
-No, mi hermana Paula- dijo mirando al techo.
-Uno no se tatúa a su hermana, mucho la tienes que querer.
-No lo sabe usted bien.
Agustín sacó un paquete de tabaco de su mochila y le ofreció un cigarrillo a Pedro, que este cogió sin rechistar, ambos hombres exhalaban bocanadas de humo que ascendía y se extendía por toda la habitación mezclándose con los humos de los otros internos, que jugaban al dominó o veían la televisión.
-Me ha llamado la atención eso que has dicho de “no tenía nada que perder” ¿por qué?-dijo Agustín mirándole de nuevo a los ojos.
-Muy fácil, llevo años en la calle, por eso…simplemente. ¿Quiere que le cuente un poco de mi?
-Sí por favor, habla que te escucho- le dijo el seminarista poniendo una sonrisa que le invitaba a la complicidad, para que Pedro se sintiera relajado.
-Cada día pasaban a la misma hora, por delante de la iglesia de la calle San Antón. Entre el barullo de la gente eran dos desconocidos más para mi, dos peatones más. Ella siempre de la misma forma: con la misma gabardina color marrón intemporal, las mismas botas altas, de tacón bajo y grueso. Las manos metidas en los bolsillos. Sostenía el bolso en una de sus muñecas, porque parecía que se le escurría de los hombros. Su cara pálida, con una expresión en el rostro de ambigüedad, y su caminar casi etéreo, como si de un ánima se tratase. Le asomaba la falda, por debajo de la gabardina, también marrón. Su pelo, rubio y largo, aunque  un poco descuidado para ser una mujer aún joven. Sus ojos de un azul intenso, como el mar, que cuando me miraban  me hacían sentir un escalofrío, cómo si ella supiera en qué estaba yo pensando. Una mujer muy alta y enjuta, pero que sin embargo llamaba mi atención sin yo darme cuenta.


El es moreno un hombre de aspecto normal, iba con un periódico bajo el brazo y de unos cincuenta años. Uno más, de los muchos que pasan al cabo del día.
Ella iba en dirección a Recogidas y él, San Antón abajo, pero cada mañana a la misma hora, a eso de las nueve y media, se cruzaban en la misma acera en la que estaba yo sentado. Donde esperaba que alguno de los transeúntes dejara algo en mi caja de cartón, o que alguna de las feligresas de la iglesia, se apiadara de mi indigencia, y dejara caer los céntimos que les sobraban, con los que comprar algo para llevarme yo a la boca, y por qué no decirlo, para algún cartón de vino barato, pero que alivia igual que los otros la sordidez de mi vida.
Nunca se  miraban, ella se ponía a ojear el bolso buscando algo y él parecía interesarse en su periódico, y cuando había una distancia entre ellos suficiente, levantaban súbitamente las cabezas de sus quehaceres improvisados para volver de nuevo a la calle.
Un día frío del mes de Diciembre, de esos que en Granada te calan hasta los huesos y se te hiela el aliento; yo  estaba en el mismo sitio de siempre, pero un poco más hablador que de costumbre. En vez de estar en mi cartón en el suelo, porque era imposible estar quieto del frío,  me encontraba dando pasos de un lado a otro delante de la puerta de la iglesia convento.
-Niña, ¿tienes una “limosnica” para este pobre? Abuela, déme usted algo. ¡Señora, algo suelto tiene, seguro…!
Andaba y parloteaba a la vez en la mitad de la acera, para no congelarme por las temperaturas tan bajas. Ese día los dos fueron a echar unas monedas a mi mano a la vez, ella levantó la vista y al verlo dijo con una voz seca y quebrada:
-¡Hola Paco! ¿Cómo estás?
-Bien, ¿y tu?- dijo él.
Sus voces, temblorosas se aquietaban en sus gargantas, y se helaban sus miradas y no por el frío de la escarcha de la mañana. Ella quitó su mano y la escondió rápidamente en el bolsillo de su gabardina como si quisiera protegerse.
-¿Todos bien?- balbuceó ella.
-Si –contestó el hombre, con la mirada fija en el escaparate de la floristería de enfrente.
Yo, en medio de los dos sin saber qué hacer ni qué decir, para romper ese hielo esa indiferencia; ¡ojalá hubiera tenido alas como Ícaro! y solo acerté a decir:
-Maestro, hace frío con ganas hoy, si señor, mucho- y como si de un encanto se tratase  diluyó  aquella tensión y cada uno tiró para su lado de la calle y yo respiré tranquilo.
Todos los días eran iguales. Se acercaba la Navidad y todas las calles del centro lucían espléndidas, llenas de pascueros, amarillos, rojos, luces de colores colgaban de entre los balcones de los edificios. Era martes, lo recuerdo con claridad, porque era festivo  y había misa de diez, ese día ella venía desde lejos buscándolo con la mirada entre los viandantes; hasta que lo encontró, cuando estaba a unos pasos de mí, y pude oír la conversación.
-Paco, buenos días, ¿cómo estás?
-Bien- dijo él en tono áspero.
- No crees que ya es hora de que dejemos atrás el pasado, nuestras diferencias- dijo ella- Mamá nos necesita a todos.
-La verdad, sí…son ya muchos años, pero hay mucho rencor…-contestó, sin apartar la mirada del suelo, titubeante.
El asintió con la mirada y siguió su camino sin decir ni una palabra.
Siempre pensé que habían sido pareja por esa forma de  mirarse de reojo sin que el otro se diese cuenta. En ese momento me puse a llorar, pero nadie se fija en un vagabundo que llora. Me senté en el suelo, justo en el tranco del pórtico de la Iglesia y tapé  mis lágrimas con mis manos enrojecidas por el frío.
-¿Se preguntará usted por qué?-hizo una pausa en la que se encendió un cigarro-¿por qué yo que minutos antes estaba bien, al ver a esos dos extraños de los que no sabía nada; lloré por lo que les escuché decir?-El interno hizo una pausa, esperando una respuesta.
El seminarista lo miró con cara expectante, y con las manos le indicó que siguiese hablando. El pobre no podía articular palabra, ¿qué tendría qué ver esa rocambolesca historia?
-Me acordé de Paula, mi única hermana y amiga. Murió por mi culpa, yo debí conducir esa noche, ella había bebido demasiado. Festejábamos que habíamos acabado la carrera de Matemáticas. Se saltó un semáforo y lo demás se lo puede imaginar…
Mis padres, en vez de apoyarse en mí me culparon de todo,  de que yo la incitaba a cosas que no debía y en su locura mi padre un día me echó de casa. La calle no es buena, se engancha uno a muchas cosas…-las lágrimas rodaban por su cara- nunca he vuelto a saber de ellos, ni siquiera sé si viven.
Agustín también secó sus lágrimas, encendió otro cigarrillo. No sabía si hablar o callarse. El sabía lo que eran las drogas, alguien lo cogió a tiempo, confió en él y lo rehabilitó, y por eso ahora Agustín quería  estar al lado de los necesitados.

jueves, 14 de junio de 2012




Hola amigos,
el motivo de esta entrada es para ver si hay alguien entre todos los que me visitáis que me pueda ayudar con un problema que tengo con el blog. Os cuento:

Llevo varias semanas sin hacer las visitas a otros blogs que normalmente hago, y el mío ha estado descuidado por falta de creatividad. Incluso me he planteado no subir nada más  y abandonarlo. Además he tenido que hacer cambios en casa y eso me ha tenido bastante más entretenida de lo que yo hubiera deseado. Pues bien, que me voy por los cerros de Úbeda, no puedo ver las actualizaciones de todos los blogs que sigo. Cuando estoy en la página de escritorio y le doy a mi lista de blogs se pone la pantalla en blanco y sale un recuadro con un código. Por más que lo quito vuelve a salir, y aunque no tengo mucha idea he intentado mirar qué es lo que pasa pero no doy con lo que es. Por eso, si a alguno de vosotros os ha pasado y lo habéis solucionado, me gustaría que me Ayudéis. 

Bueno, pues daos las gracias de antemano y deciros que aunque no suelo contestar a los comentarios que me hacéis, me dan mucha fuerza para seguir en esta aventura.

 Un abrazo muy grande.
María Eva.                         

 21/06/2012
P.d. El problema se ha solucionado. He tenido en cuanta algunos de vuestros consejos: volver al editor anterior y usar el Chrome. Varios blogs se resisten a que yo los lea... pero la gran mayoría ya si me permite ver las actualizaciones.

Besos y gracias a todos.